Pensamos que tenemos el control de nuestras acciones, pero si un tumor cerebral o una lesión puede cambiar completamente nuestra personalidad, ¿qué nos dice esto de nuestra voluntad?.
¿Ir al gimnasio o sentarse al frente de la tele con un paquete familiar de papas fritas? Mmm. ¿Gimnasio o papas? ¿Papas o gimnasio? ¿Gimnasio o papas?
Todos hemos pasado por ahí. Quizás decidamos que lo que en realidad queremos hacer es ir al gimnasio y aún así, nos descubrimos alargando el brazo para agarrar otra papa saladita para luego sentir un inevitable sentimiento de auto odio.
Psicólogos y neurocientíficos están logrando importantes avances para entender nuestros impulsos y motivaciones. La debilidad de voluntad, como comer esas papas cuando en realidad no queríamos, es uno de los fenómenos intrigantes. Lo otro es la adicción, ya sea a las apuestas, el sexo, el alcohol o el cigarrillo.
Mucho es lo que se ha aprendido sobre los mecanismos psicológicos subyacentes en nuestros apetitos compulsivos.
Cada vez hay un mayor reconocimiento de la importancia del subconsciente en la toma de decisiones. Es posible que no estemos al tanto de la influencia que tiene un olor o un sonido en nuestras decisiones. Y algunos neurocientíficos incluso aseguran que explicando estos patrones en el cerebro, se pueden predecir las decisiones que tomaremos seis ó siete segundos antes de que las tomemos de forma consciente.
Todo esto plantea una pregunta para los filósofos: ¿cuáles son las implicaciones de los avances en el conocimiento sobre la toma de decisiones de los humanos en nuestra concepción de la voluntad? ¿El progreso científico socavará nuestra sensación de que tenemos voluntad? ¿Eventualmente nos llevará a concluir que la voluntad es una ilusión?
El tumor que cambió a un hombre
Tomemos como ejemplo el siguiente caso de la vida real que ocurrió hace una década. Quien una vez fue un hombre felizmente casado empezó a desarrollar una fascinación por la pornografía infantil y la prostitución. Hasta ese momento no había exhibido apetitos sexuales inusuales. La situación se deterioró, su esposa se empezó a alarmar, y cuando intentó atacar a su hijastra, su mujer llamó a la policía. El hombre fue forzado a acudir a terapia, pero eso no le detuvo. Al contrario, acosaba a las mujeres del centro donde era tratado.
Una estadía en la prisión parecía inevitable. Pero justo antes de que tuviera que volver a presentarse ante un juez, empezó a quejarse de dolores de cabeza y fue al hospital donde un escáner cerebral reveló que tenía un inmenso tumor. Una vez que se lo retiraron, su comportamiento volvió a la normalidad.
La historia tiene una vuelta más de tuerca. Tras varios meses, su comportamiento aberrante regresó y una investigación reveló que el tumor no había sido completamente erradicado. Una nueva operación hizo una vez más que el hombre volviera a ser él mismo.
Probablemente la mayoría de las personas dirán sobre este caso que el hombre con un comportamiento sexual desviado no estaba realmente libre. El tumor fue el responsable, por así decirlo.
Neurocientíficos al tribunal
Pero, en gran parte, todos somos seres físicos en un universo determinista. ¿Por qué una causa física -como un tumor- va a ser diferente a otra?
Es posible que, en el futuro, neurocientíficos tengan que comparecer ante la corte para explicar todo tipo de agresiones.
Por ejemplo: "Este hombre no puede ser responsable de hurto, porque ello se debió a altos niveles de dopamina". Existe evidencia de que algunas personas tratadas con dopamina para el Parkinson tienen problemas de impulsividad hacia el sexo y las apuestas, por ejemplo.
La mayoría de nuestros conceptos filosóficos datan de la Grecia ancestral. No es el caso del concepto de la voluntad o el libre albedrío. Los griegos de Homero creían en el destino, en vez de la libertad. Creían que las circunstancias estaban más allá de su control. En los escritos de Platón y Aristóteles, no hay un término que se pueda traducir naturalmente como "libre albedrío".
El surgimiento de este concepto data aproximadamente del siglo IV DC, y fue una solución ingeniosa de los teólogos cristianos para el llamado Problema del Mal. Si Dios es todopoderoso, y Dios es pura bondad, ¿por qué hay maldad en el mundo? La respuesta, dijo San Agustín, es que el hombre tiene libre albedrío.
Desde entonces, casi todos los filósofos importantes han hecho algo para contribuir en el debate del libre albedrío, desde Kant y Schopenhauer a Nietzsche y Sartre. Hablando en términos amplios, existen dos campos. Hay compatibilistas, como Scot David Hume, del siglo XVIII; quienes piensan que el libre albedrío es compatible con el determinismo -compatible con la idea de que todas nuestras acciones son causadas. Y están los incompatibilistas, quienes insisten en que no es así.
Culpa y alabanza
Envueltos en los debates sobre libre albedrío, están las preguntas de culpa y alabanza. Si nuestras acciones no son libres, ¿cómo las podemos denunciar o elogiar? "Los escépticos sobre libre albedrío dirán que el concepto es un poco de apoyo de la metafísica para justificar nuestra práctica de castigar a las personas", dice el filósofo Wayne Martin, profesor de la Universidad de Essex.
¿Cómo la debilidad entra en este debate? El filósofo estadounidense Harry Frankfurt escribió un muy influyente artículo sobre la libertad en los años 70.
Frankfurt dijo que tenemos muchos deseos: el deseo, por ejemplo, de picar dulces y salados y el deseo de perder peso. Estos son nuestros deseos de primer orden, pero también tenemos deseos de orden superior.
"Mis deseos de orden superior son decidir cuál de mis deseos de primer orden quiero pasar a la acción", explica Martin. "Y Frankfurt define libre albedrío como un control efectivo sobre los deseos de primer orden".
En otras palabras, sólo puedo decir que tengo libre albedrío si tengo suficiente disciplina sobre mis deseos de primer orden. Si mi deseo de orden superior es perder peso e ir al gimnasio, ¿puedo superar la tentación de hacer otras cosas en vez?
Ahora, ¿donde están esas papas fritas saladitas?.
Fuente: BBC Salud
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