Solemos pasar mucho tiempo realizando actividades que no nos satisfacen, desde trabajar en algo que aborrecemos a perdernos en compromisos absurdos, generados por situaciones que ni nos van ni nos vienen. ¿Y por qué lo hacemos? ¿Por qué la mayor parte del tiempo estamos haciendo cosas que no nos complacen en absoluto? En algún momento hay que detenerse y plantearse: ¿Qué sentido tiene la vida si no me permito hacer lo que realmente quiero?
Tenemos derecho a disfrutar de la vida, más que un derecho es una obligación. Así que sería una buena idea que al margen de nuestras responsabilidades, dedicáramos unas horitas a nosotros mismos, a hacer aquellas cosas con las que de verdad disfrutamos, pues no tardaremos en comprobar que como resultado de este pequeño cambio, afrontaremos los retos cotidianos con mejor ánimo.
El problema es que en demasiadas ocasiones llevamos años y años anquilosados en una rutina sin emoción en la que no hay cabida para otra cosa que el deber, y esto sucede hasta el punto que nos olvidamos de cuáles son nuestras pasiones, qué clase de actividades encienden nuestra alma. La autorrealización es importante, tanto que la felicidad se vuelve imposible si no le hacemos un sitio en nuestro día a día.
Si alguien lleva tanto tiempo haciendo lo que "debe" en lugar de lo que "desea", acaba olvidando lo que le hace feliz. Podría empezar preguntándose qué es aquello con lo que disfruta y que, incluso teniendo todas sus necesidades cubiertas, seguiría haciendo sólo por el placer de hacerlo. Junto con la respuesta a esta pregunta que podría ser perfectamente: aprender a tocar la guitarra, hacer pasteles o escribir una novela, aparecen una serie de argumentos disuasorios como: "Ja, vaya pérdida de tiempo, eso no me va a dar de comer", "Ya soy mayor para esas tonterías" y una larga lista de etcéteras que a más de uno le hará echarse para atrás y renunciar a sus sueños solo por no hacer el ridículo, o por no enfrentarse a una creencia arraigada en el inconsciente del tipo: ¿qué diría mi padre si me ve perdiendo el tiempo con chorradas como esta?
Sin embargo, hay que pasar por encima de este escollo inicial. Hay que subir esa pequeña cuesta y romper con el círculo en el que hemos estado girando durante años. No cuesta nada incorporar un pequeño cambio en el día que nos garantice media hora. Treinta minutos pueden crear una gran diferencia, la diferencia entre vivir como un ser robotizado y una persona que se deja espacio y se da permiso para ser ella misma.
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